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Foto del escritorRaquel Ayala

Crossover


Estamos prohibidos detrás de la barra de un bar, en medio del bullicio, a la sombra de la fugacidad y frente al único testigo. El aroma a cebada se impregna lentamente en las horas de nuestras ropas. Todo resulta desconocido durante la noche en esta ciudad. Nadie mira, ni sabe y tampoco importa que tras una barra se dé el reencuentro de dos extraños que han pasado los días deshojando calendarios.

Cruzamos el umbral como verano citadino, inundando las calles y desbordando las alcantarillas con olor a polución y humedad cansada, con recuerdos vagos de otros encuentros llenos de botellas de cerveza que sudaban de frío en el calor de nuestras manos.

A media luz goteamos sobre el piso las posibilidades de una historia hasta vaciarnos de un pasado que nunca fue. A estas horas de la nostalgia, mi mente divaga en solipsismos buscando respuestas en las cuales pueda encontrarte solo a ti en mundos paralelos donde nadie nos busque ni espere.

Te miro sonreír. El entorno se vuelve lento y la lluvia cae sin prisa allá afuera. Te observo detenidamente mientras hablas. Ante mis ojos se ha develado tu alma. ¿Cómo pude estar tan ciega antes? Resplandeces detrás de esos ojos negros. Te contemplo ante la sorpresa de descubrirte.

Vacilo. Tú sigues hablando. Te veo frente a mí. Me surge la necesidad de pedir un deseo:

“Una noche que nos dure para siempre”.

Nos une el frío, el mezcal, la esperanza, el post punk y la despedida anunciada.

El verano terminó la tarde siguiente donde solo quedó el recuerdo y el secreto de un reencuentro que nunca sucedió.


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