Eran sólo cuatro paredes las que espiaban el cuerpo desde sus geométricas posiciones y la oscuridad de su vestido. Una ventana ciega en medio de los escombros de su transparente memoria, ésta únicamente transportaba los sueños de un lugar a otro en un espacio indefinido —ojalá fueran rumbo a su recinto.
Manos transparentes y azules colgaban desde ahí, tratando de acariciar tal soledad encapsulada, bailando de derecha a izquierda como las manecillas del reloj, como el tiempo mueve al cuerpo y éste a los sueños sin salir a ningún lado que no fue ese espacio reducido, esa caja desfragmentada y herida, casi sangrante.
Un hoyo oscuro rectangular, vertical y cubierto, lleno de disfraces para la piel —esa piel prohibida envenenada— sólo telas y texturas para el cuerpo. Inevitable la vigilancia, mudos los testigos y acariciantes las hojas de los libros.
Una puerta ronca e inocente, transportadora. Aquella que detrás se cierra. Sí, fue después de la colección de precisos sueños que se abrió, dejó salir al cuerpo convertido en persona, en un ser con disfraces multicolor abstraídos mentalmente. Así fue como ella rondó por los pisos redescubriendo lo antes visto, la luz que resplandece y el techo enorme, incalculablemente azul.
Afuera, más allá de las cuatro paredes, fuera de los pisos, en el verdadero exterior gigantesco y desconocido, otro cuerpo vestido disfrazado, familiar —mira sin observar. No se detiene aún, no nota al ser primero, sólo escucha el viento y la sinfonía del otro cuerpo a su lado, casi transparente.
Una caminata por el mundo, entre la ciudad y sus sonidos. Un segundo perdido de en la historia; un instante imperceptible a la gente —pero no al universo— vigila las miradas, tierra y mar, cielo y sombra, luz y esqueleto se detienen. Nacen los dedos en las manos y comienza una nueva sinfonía, el resplandor.
Surge el tacto en los seres, en los cuerpos, sienten, se mueven y desplazan, van de cuarto en cuarto para descubrir… chocan, mueren y nacen. El mundo grita, los cuerpos suspiran y viven…
Dos cuerpos y cuatro paredes, dos seres sin disfraz, la ventaja ciega que escucha respiración —una— dos memorias, un universo paralelo, mil paredes, un solo recinto. Nace tu voz y yo revivo. UNO, el universo y nuestro recinto, nosotros.
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