Vibro. Me estremezco orgánica. Vibro. Me encuentro sumergida en la oscura humedad de una caverna y hablo con mi voz más primitiva.
Vibro y al unísono oscila todo el plasma que me envuelve y del cual me alimento.
Me invoco trepidante. Ahora sé que existo y estoy; pero no soy todavía, y a pesar de ello, vibro y me nombro y me escucho dentro de mi propia música de las esferas, la cual reconozco, más bien, me reconozco en ella; pues de allí me vienen la palabra y su eco.
Resueno y se me revela mi origen, mi oscuridad creadora. La cueva donde habito.
El verbo es mi principio, sólo a través de la palabra soy consciente de mí. Ya lo entiendo: estoy tratando de rehacerme, busco la reinterpretación de mi propia existencia, aquí en el amnios que me mantiene cautiva y trémula; pero a salvo y tibia.
Existo porque vibro. Soy fértil en mi propia carne y sangre; sin embargo, no soy aún, pues me encuentro estrechamente unida a mi cordón umbilical. Apenas me estoy gestando.
Como y bebo de mí misma.
En este instante, al que quiero denominar presente, mi no-ser se vuelve absoluto en esta gruta que me encharca. Esta amniótica gruta es el útero del cual me voy a dar a luz y me pertenece como mi palabra y voz que ya no son más sombra, pues al ser de fuego emanan su propio resplandor.
Supongo que, por ello, puedo sentirme latir en todo el cuerpo. Corro emancipada e impetuosa en mis propias venas dentro de mi carne. Soy mi plasma y me nutro de mi placenta que se expande conforme yo me ensancho y trasmuto.
Puedo sentir, ya, las primeras contracciones de la vida y son tan violentas e intensas que mi cueva cruje y el amnios se agita vigoroso como el plasma y la sangre dentro de mi sangre.
Estoy a punto de nacer y así, convulsa e inmanente comienzo a prescindir de mi existencia primitiva.
Vibro cuerpo a cuerpo conmigo.
Me dejo suceder.
Me materializo.
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